La geografía.

   Pocos años después de la fundación de Córdoba, se estableció el denominado Camino Real,  que conectaba el Perú con la ciudad y esta con el Río de la Plata. Con el tiempo, a lo largo de su extensión, empezó la colonización del territorio. El proceso fue muy lento y amplias áreas quedaron por años poco pobladas. Hasta fines del siglo XIX, como ocurría en gran parte de Argentina, los criollos ocupaban sólo parcialmente la provincia de Córdoba.  En el censo de 1869, se registraron unas 200,000 habitantes, de los cuales 35.000 estaban en la ciudad capital y el resto distribuidos en pueblos y pequeños asentamientos. Estas poblaciones estaban ubicadas principalmente a lo largo de Camino Real y algunas en sus alrededores con caminos que las conectaban. El resto de las tierras del este y del sur, eran territorios prácticamente despoblados, donde coexistían habitantes de estancias y fortines militares con asentamientos de pueblos originarios, los cuales habiendo adoptado el caballo, se desplazaban por las grandes extensiones entrando en conflicto con los criollos. Entre la ciudad de Córdoba y el Río de la Plata, el Camino Real  atravesaba las “pampas”, y a mediados del siglo XIX, a lo largo del camino, ya estaban establecidas algunas poblaciones importantes como Villa Nueva, San Gerónimo y Cruz Alta. La vida en estas soledades era muy difícil, no solo por el ataque de los indígenas, los famosos “malones”, que arrasaban las poblaciones, sino también por la enfermedades: cólera, tifus y viruela. No hay médicos ni farmacias, solo algunos boticarios y curanderos. Las provisiones llegaban por el Camino Real con cuentagotas y aunque había producción local de alimentos, las sequías y plagas complicaban la situación. La llegada en 1868 del ferrocarril mejoró la situación, pero recién a fines del siglo se empezó a tener una vida más llevadera. 

   En este contexto es que a partir de 1870, empiezan a llegar los “inmigrantes”. Cientos de miles de europeos occidentales, pero también gente proveniente de Europa del este, los Balcanes y Medio Oriente llegan a Argentina y se establecen en ciudades y campos. Más de la mitad de los inmigrantes eran italianos, y por eso, el 80 % de los argentinos tienen al menos un ascendiente italiano. En un comienzo los inmigrantes se ubicaron en “colonias”, las grandes estancias daban parcelas de campo y herramientas a los colonos y estos pagaban con parte de la cosecha. Los campos eran fértiles y las colonias se multiplicaron: 700 con 5 millones de hectáreas y 200.000 personas para fines de siglo. 

   Con el tiempo, los colonos y los nuevos inmigrantes que seguían llegando, empezaron a comprar las parcelas de tierra, convirtiéndose en propietarios, lo que llevó a su afianzamiento y al aumento de la producción agrícola, el bienestar y la riqueza. En este proceso de crecimiento, es que se empieza a generar la necesidad de establecer poblaciones estables, que puedan brindar servicios de comercio, salud y educación.



La “Pampa Gringa”:  Mapa de 1866 de la zona de San Gerónimo, mostrando el Camino Real costeando el río Tercero, el trazado del Ferrocarril Central que se inaugurará dos años después, poblados, caminos, montes, arroyos y un gran espacio vacío.


   En el mapa, se muestra cómo era la situación en el año 1866, en la zona donde se va a desarrollar Noetinger: sobre el Camino Real se encontraba la población más importante, San Gerónimo (actual Bell Ville), donde estaba la guarnición militar que cuidaba la extensa zona y al norte algunas poblaciones unidas con caminos. Tanto las poblaciones como los caminos que las conectaban eran muy precarios y lo que sí había eran grandes extensiones desoladas de pampas con pastizales, algunos montes, arroyos que se secaban y cañadas que desbordaban de agua en las épocas de lluvias. Y en medio de estas soledades, algunas estancias y sus puestos.

   El punto del mapa llamado “La Cruz”, no es un poblado, es un cementerio. Cuenta la leyenda, que a mediados del siglo XIX, una caravana de carretas que circulaba por el Camino del Despunte fue atacada por un malón y salvo uno, sus otros integrantes murieron. El sobreviviente, escondido, hizo la promesa de que si podía salvar su vida, le daría cristiana sepultura a los muertos. Cómo pudo sobrevivir, enterró a sus compañeros y colocó una gran cruz, que se mantuvo por muchos años y la cual le dio el nombre al lugar. Es en los alrededores de este paraje donde, años después, se va a desarrollar el pueblo que recibió a nuestros piamonteses. 

   A fines del siglo XIX, alrededor de “La Cruz” ya se habían consolidado grandes estancias, en las que se generaron colonias con el consiguiente asentamiento de pobladores. Unos años después, el Gobierno Nacional construyó una línea de ferrocarril, que unía el centro de la provincia de Santa Fe con Villa  María y que arribó a la zona en 1911. Como parte del trazado, también se estableció una estación a unos pocos cientos de metros al sur de “La Cruz”, en el límite de dos estancias: “Montes Grande” de la familia Noetinger y “La Carlina” de la familia Grant. Al norte de donde se estaba construyendo la estación, estas familias realizaron dos  loteos pegados, que recibieron el nombre de las dos estancias y que, poco a poco, se fueron poblando.  

   El 9 de Julio de 1912, se inaugura oficialmente la estación, que recibe el nombre de  “Noetinger”, ya que era el nombre de la familia más antigua, de las que donaron los terrenos donde se instaló, y se decide unificar los dos pueblos, que se estaban generando en los loteos, extendiéndose el nombre  de la estación. Un alambrado que los separaba fue retirado y en su lugar se trazó una calle, la Avenida Centenario, que fue el centro de la actividad de la nueva población.  En pocos años, se radicaron nuevos inmigrantes, junto a gente provenientes de las colonias y pequeños asentamientos de los alrededores, y de esta forma se consolidó nuestro “Noetinger”.



Piedra fundacional: Fue colocada el día que se inauguró la estación. Poco tiempo después se retiró un alambrado que separaba los dos pueblos y se unificaron bajo el nombre de “Noetinger”. 

   A un poco más de 10 kilómetros al sudoeste del pueblo, en la  zona de  la  Cañada de  Ampatococha,  estaba  asentado un francés, Barrilier, con una extensa propiedad llamada “Santa Margarita”. Entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, los abuelos de Esther compran lotes en ese campo, se instalan allí y con el tiempo construyen viviendas, galpones y corrales, transformando los terrenos vacíos en importantes establecimientos.